Una gran familia al borde del desahucio

01-12-2013

Una gran familia al borde del desahucio

 Oviedo, Marta PÉREZ «No se me ocurrió; si lo hubiese pensado, jamás lo habría hecho. Las cosas salen sin querer...». Cuando Blanca Rodríguez Casielles alquiló hace ya veinte años una finca para albergar a unos perritos abandonados que había recogido, jamás pensó que aquel arranque altruista suyo acabaría convirtiéndose con el paso del tiempo en una de las mayores protectoras de animales de Asturias: Masquechuchos. Aquellos animales que le tiraban por encima de la verja y los perros maltratados a los que protegía de crueles amos fueron los primeros miembros de una gran familia feliz que desde hace un tiempo no lo es tanto. «Tenemos orden de desalojo», resume Rodríguez.

Casi ciento sesenta perros abandonados conviven en la casa de acogida de Masquechuchos en La Pontiga, a las afueras de Oviedo. La Administración del Principado les exige la calificación de núcleo zoológico, que no tienen, y el tiempo se les echa encima. «Nos hemos reunido con los grupos municipales y dicen que lo van a arreglar, pero necesitamos que el Principado nos dé tiempo... no tenemos a dónde ir», explica la presidenta de una protectora que subsiste gracias a la colaboración de una red de dos mil padrinos y el trabajo de sus voluntarios. «Yo estaba sola y ahora está toda esta gente...», reflexiona Blanca Rodríguez mientras echa un vistazo a su alrededor. Lo que ve es una «marea azul». Los voluntarios de Masquechuchos y los perros de la protectora (los adoptados y los que esperan una familia) se visten de azul cuando salen a la calle a recaudar fondos y a hacer campaña para concienciar a la sociedad de la importancia del respeto a los animales y de su esterilización. Así de conjuntados van al Fontán, a la Ascensión, a los mercados, organizan espichas, cenas benéficas...
 
Pero Masquechuchos es mucho más. También ayuda a las personas. Por medio de un convenio con el Servicio de Salud del Principado (Sespa) y su asociación Manopata, la protectora colabora en la integración social de personas en riesgo de exclusión con terapias asistidas por animales abandonados. «Los perros no los juzgan», razona Blanca Rodríguez Casielles.
 
De algún modo, los voluntarios también sienten que están recibiendo una terapia permanente. Sus historias son diferentes y similares a la vez, porque todos coinciden en que sus vidas han mejorado desde que las comparten con la protectora. Pierden la cuenta cuando se les pregunta por las horas que dedican a la semana al cuidado de los «masquechuchos». Limpian la finca, los llevan de paseo, al veterinario... «Vuelves a casa después de pasar el día con ellos y no duermes pensando en si estarán bien, si habrá una pelea o si tendrán frío. Unos cuentan ovejas y otros contamos perros para dormir», explica Carlos García, voluntario de «Masquechuchos». «Es muy agridulce, porque tienes que tragar muchas cosas. Pero te compensa con creces», añade este voluntario que no duda en desplazarse a Huelva con su coche particular para auxiliar a un animal en apuros. «En la Nochevieja de 2011 casi comemos las uvas en el veterinario. Algunos dejamos la cena para ir al albergue a atender a “Canela”, que estaba enferma», relata otra de las voluntarias, Paula Alonso. Al final, otra voluntaria, Mercedes Escandón, se la llevó a su casa. «Hay gente que abandona animales con el pretexto de que les falta algo y gente que adopta sabiendo que va a encontrar lo que necesita», resume Carlos García. Así que Masquechuchos no tiene que ver sólo con animales, sino con un grupo de personas con intereses comunes que ponen empeño en una buena causa.
 
El próximo 13 de diciembre se reunirán para celebrar su cena benéfica y también ultiman la edición de un calendario para seguir recaudando fondos para subsistir. Los animales necesitan alimentos y cuidados. «Al veterinario le debemos más de 50.000 euros», expone Blanca Rodríguez para dar idea del esfuerzo económico que requiere la protectora. Sólo piden un poco de tiempo; que les dejen estar para seguir entrelazando manos y patas.
 
Paula y la setter inexistente
 
Paula Alonso siempre soñó con tener un perro en casa, pero no conseguía convencer a sus padres. Así que con 16 años decidió compensar esa carencia colaborando de voluntaria en Masquechuchos. Allí conoció a «Amy», una perra mestiza de setter de color negro. «No hay setter negro, por eso le llaman la setter inexistente», dice. A «Amy» nadie la quería adoptar porque era feúcha, pero Paula se fijó en ella. La sacó adelante y ahora es la envidia de todos. En enero la adoptó y por fin se la llevó a casa.
 
Voluntaria las 24 horas
 
En la familia de la luanquina Mercedes Escandón viven tres perros y cinco gatos. Ha habido más y alguno ya no está. Es voluntaria de la sociedad Masquechuchos desde los primeros pasos de la protectora y duda cuando le preguntan cuántas horas dedica al voluntariado. En realidad, es voluntaria las 24 horas del día. Ahora está volcada con «Areta», una perra de 14 años que había pasado tanto en su vida que tenía miedo hasta de su sombra. «Me la llevé a casa y ahora está contenta y es muy feliz».
 
Potencialmente amorosos
 
Entre la ovetense Paula Jaqueti y «Nala» surgió un flechazo en el albergue de la protectora. Era uno de esos perros considerado potencialmente peligrosos al que habían abandonado. «Nala» resultó ser potencialmente pegajosa, un amor. «El aspecto no está relacionado con la agresividad del perro. Ella es cariñosa y amorosa», cuenta Jaqueti. Su pareja, Daniel Gil, acaba de adoptar a «Dobby», un perro de aspecto peligroso pero también amoroso como «Nala», con la que ha hecho buenas migas.
 
«Volcom», el cachorro pateado
 
A «Volcom» lo abandonaron en la carretera y un coche lo atropelló. El conductor se bajó y pateó al animal herido hasta apartarlo al arcén. Una voluntaria de Masquechuchos presenció la escena y lo recogió. Ahora tiene un año y forma parte de la familia de Carlos García, voluntario de Masquechuchos que antes había adoptado a «Nuka», una mestiza con una historia similar: la tiraron de un coche y la abandonaron a su suerte. Se llama así porque cuando Carlos se acercó a ella la primera vez agachó la cabeza para que le acariciara la nuca.
 

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Fuente: La Nueva España